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martes, 21 de mayo de 2013

Memorias en barro.


Era la primera vez que tenía un poco de arcilla en mis manos. Recuerdo que desde la guardería no hacía nada en barro y eso ya se quedó un poco en el olvido. La sensación fue placentera a pesar del frío que recorrió mis manos al sentir ese barro húmedo, sin contar que estábamos al aire libre y habían descendido las temperaturas. Hundía los dedos para moldear la arcilla, al principio un poco retraída por el simple hecho de ensuciarme pero me di cuenta de que no se trataba de ensuciarme las manos, sino de dar vida a un trozo de barro húmedo moldeable y convertirlo en una obra de arte. Eso mismo fue lo que hizo Pigmalión al convertir una masa de barro en una gran escultura de una fémina, quedó tan fascinado ante su obra que al acabarla le quiso dar vida. Se enamoró de su mujer de barro y la trataba con cariño, después de tanto tiempo trabajándola para que fuese perfecta no podía luego abandonarla ni permitir que se rompiera. Contemplaba su belleza día tras noche, acariciaba su piel bastante suave y miraba esos ojos penetrantes pero un tanto fríos. Había conseguido darle la expresión al cuerpo y al rostro pero no consiguió sacarle el brillo a sus ojos que tanto ansiaba en su amada. Quizás estuviera enamorado de un ideal de belleza femenino que nunca pudo aspirar en su vida, ya que sólo trabajaba en su taller y no vivía más que para sus figuras de barro que trataba como si de sus hijas se tratase. No obstante la nueva escultura tenía un ''non se che'' que lo llenaba, lo envolvía en otro mundo húmedo y frío que le daba calidez a sus manos, ya desgastadas por tanta arcilla y el trabajar de los años. Pandora es otro mito, no sólo el de la mujer que llevaba la caja que desató el mal de los males para el mundo, sino que era otra escultura mandada realizar en barro por Zeus a Hefesto y que serviría para vengarse de los mortales.
Podría decirse que el mito de Pigmalión y el de Pandora es el que sufre cada artista al concluir sus pequeñas o grandes piezas en barro. Al terminarlas queda una parte del artista en ellas, queda su esencia, su firma plasmada en cada recóndito lugar trabajado con esmero y entusiasmo con la intención de darle luz y vida propia aunque sólo sea en sus más remotos sueños y pensamientos.

 

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