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viernes, 7 de agosto de 2015

El peligro de llamarse Nerea (Elisa Cotarelo).

Nerea ten cuidado y hazle caso a tus padres y a tu mejor amiga porque el mal está al acecho. Maldita Nerea ¿por qué sigues jugando a ese juego llamado Internet? Toda nuestra vida gira en torno a Internet y las redes sociales por mucho que lo critiquemos y pensemos que es mejor hablar cara a cara pero a veces nos escudamos en estas redes para decir o hacer todo lo que no somos capaces de hacer en nuestra vida real. Eso mismo le pasó a Nerea, ilusionada con un chico que acababa de conocer en una red social. Estamos hartos de escuchar y leer casos de desapariciones de menores, adolescentes, pederastia, debido a que comienzan a hablar con extraños a través de las redes sin saber el peligro que corren tras esa pantalla luminosa que tanto nos daña a los ojos, además del corazón.
Esta es la historia de Nerea, una chica normal, inocente para su edad, buena estudiante, buena hija y por lo tanto sin amigos, que un día comenzó a hablar con quién no debía. Un caso más como podemos ver en los periódicos o en los telediarios. He de decir que esta historia me puso la piel de gallina. La autora ha ambientado cada escena como si de verdad estuviese pasando y es que en el fondo sientes la presión de sus padres, la ilusión y las tristezas de Nerea, la inquietud pero sobre todo el miedo y la incertidumbre porque hasta el final no se descubrirá la verdad de los hechos. La historia es muy verídica ya que la escritora ha sido policía durante 23 años aunque esto era de esperar por la terminología empleada. Si de algo peca Elisa Cotarelo es de ser demasiado descriptiva y esto a veces puede ralentizar la lectura.
¿Y tú también estás por la labor de participar en la investigación y descubrir la verdad? ¿Conseguirá salvarse Nerea o será demasiado tarde? ¿Cómo reaccionarías si formase parte de  tu familia? En realidad cuando terminas el libro la sientes más cerca, como si de verdad fuese tu hermana, tu hija, tu prima, tu amiga…

*Altamente recomendable.


domingo, 15 de febrero de 2015

La profecía del pijama.

Buenas noches, os escribo desde un recóndito lugar donde el único olor que percibo es el olor a naftalina y a los jabones de rosas que guarda mi otro yo en este cajón. Sí, os escribo desde un cajón oscuro, lleno de calcetines de invierno y otros textiles que no deben ser nombrados. Llevo en este lugar varios años y a veces presiento que es mi última vez en volver a salir de este cajón. Los textiles que no deben ser nombrados son mis adversarios. Son la última moda y que mi otro yo no deja de ponerse para lucir sus mejores galas en citas a ciegas, excursiones, cumpleaños y durante todo el curso académico. A decir verdad, yo sólo sirvo para dar calor en invierno pero estoy tan viejo que apenas sirvo ya para eso. A veces creo que mi otro yo aún siente cariño por mis borrados dibujos de ositos y estrellas. Ya no sé qué color de tela tengo pero en mis tiempos mozos era un hermoso pijama de franela de un tono azul cielo, muy acorde a los dibujos que hacían sonreír a mi otro yo. Y me refiero a mi dueño de esta manera porque  en realidad no lo considero mi dueño, sino más bien una parte de mí, de mis telas aterciopeladas, de mis dibujos borrados por el poder del  famoso detergente (me encantaría conocerle para decirle que deje de borrar lo que en un tiempo fui y era para mí otro yo, ese que necesita de mis telas para sentir el calor de las frías noches de lluvia o de nieve). Hemos compartido juntos momentos únicos e irrepetibles. Puedo decir con mucho orgullo que fui su pijama favorito durante años. Pero ahora sólo sabe quejarse de mí. Los pantalones se le han quedado cortos y pasa frío y las mangas se han ido desgastando cada vez más. Una voz femenina no hace más que decirle que cuándo va a deshacerse de mí por fin. Pero siempre le escucho resoplar y decir entre dientes: no quiero, no puedo, todavía forma parte de mi infancia y de mí casi juventud, sigue siendo tan suave…

Ojalá algún día me valores tantas veces como lo hacías antes. Casi todas las semanas me llevabas puesto y sentía todas las sensaciones de tu cuerpo. Sabía cuando estabas triste o enfadado y también cuando estabas eufórico. Estuve presente en tus regalos de Reyes, en tus venidas del Ratoncito Pérez, en tus manchurrones de comida porque no querías acercarte más a la mesa por no hacerle caso a la voz femenina que, a pesar de querer deshacerse de mí, te quiere y siempre velaba por ti. Porque esa voz me hacía dormir cada noche imaginando las historias que te contaba. Eran historias de piratas, dragones, batallas, magos y hechiceros, amistad, amor, lealtad. Recuerdo que cada historia tenía su moraleja final. Una vez le pediste que te contara un cuento sobre la profecía de un pijama porque era el primer día que me llevabas puesto. Ella reía y entre carcajadas te decía que eso era imposible, que los pijamas no tenían historias y mucho menos profecías. Sentí como me estrujaste contra tu piel y acariciaste cada estrella de mi tela e imaginaste tu propia historia. Ahora sueño con volver a salir de este oscuro cajón y sentir cómo me luces en invierno con las mismas ganas que al principio.


sábado, 14 de febrero de 2015

Ensayando.

Y debo decir que mentiría si no digo que de tus ojos vislumbro las estrellas. Que mi voz tiembla y se desgarra cuando ya no te toca. Que con tu sola presencia me hago diminuta y tiemblo de ganas de ti. Veo tu sombra a lo lejos y la reconozco como si fuera la mía propia. Tus pasos no son simples pasos, son melodía en el eco de la noche. ¿Por qué te marchas si aún nos queda toda la eternidad por delante? La eternidad de tus ojos, de tus manos, de tu boca, de esa sonrisa que no consigue desvanecerse de mi memoria.