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lunes, 2 de septiembre de 2013

El Ángel de la Pena.

Un bloque de mármol ha sido modelado para la tumba de Emelyn Story, la esposa del escultor William Story,  que a sus 77 años de edad,  flaqueándole las fuerzas de las manos, no impidieron seguir su trayectoria escultórica  y cómo no, el amor fue el deseo de conmemorar el traspaso a la otra vida de la susodicha. Ahí estaba yo, contemplando el enorme ángel caído. Parecía que dormía sobre su propio lecho. Toqué una de sus alas y la piedra ardía. Hacía calor pero era soportable. Mi deseo de contemplar esta tumba era más fuerte que el calor aplastante de un verano en Roma. La palabra que puede describir mis emociones al verla fue ‘’impresión’’, como el título de uno de los cuadros que vieron nacer el movimiento del Impresionismo, ‘’Impresión: amanece’’ de Monet? Al ver obras de este calibre olvido la realidad, me traslado a otra época, en concreto a finales  del s.XIX, noto la cantidad de emociones que el escultor depositó en su última obra y el esfuerzo  físico que le conllevó. Su cara es  dulce, aunque un poco tímida, se tapa con una mano porque no quiere que la observen mientras llora la pérdida al ser amado. No está preparada para irse aún pero sabe que tiene que partir. No obstante, su recuerdo aún perdura y no sería de extrañar que mientras el cementerio está libre de miradas,  en la noche recorra  las demás tumbas de 4 mil almas enterradas, todas no cristianas, ya que es un cementerio protestante donde se incluyen tumbas de judíos y algunos homicidas. Me la imagino en la brumosa noche, levantándose lentamente, colocando sus sandalias en la mejor posición y su largo vestido cargado de pliegues por alisar. Mira al frente, al cielo, ve las estrellas, comienza a caminar. Su pesado vestido pulula con el viento y hace un sonido algo áspero, acompañado por el desplegar de sus espesas pero ligeras alas. Se dirige hacia el infinito, no sin antes observar la tumba de su pequeña hija enterrada a menos de un metro de distancia. Su mirada es melancólica, posa su cálida mano en la tumba de la pequeña, deposita una rosa invisible a ojos humanos y comienza su deambular por el campo santo. Noche tras noche repite el mismo ritual y recorrido. Agradece la visita de curiosos en la mañana pero ya ha pasado un siglo de su existencia y apenas tiene fuerzas para mantenerse en pie.  Terminado su deambular por el campo santo recompone su vestido y sus alas, las vuelve a desplegar, deja caer su pesado cuerpo sobre el lecho, se tapa la mano para que no vean sus lágrimas ni su cansancio de la noche anterior y duerme un día más aunque las manos de los curiosos a veces la despierten con un leve cosquilleo tras acercarse y hacerse la típica foto de recuerdo.


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