« Bienvenido/a a mi cajón desastre, cajón en el cual podrás adentrarte a lugares insospechables »

domingo, 2 de febrero de 2014

La dolce vita.

No deb
í dNo          No debí dejar que cogiera el tren. Ese tren que marcaría el trágico destino. Si lo hubiese sabido antes me habría despedido de ella. Le habría recordado lo mucho que la amaba y que por nada en esta vida pensaba separarme de ella. Pero el destino así lo quiso y tenía que coger el tren para hacer un pequeño viaje con sus amigos del instituto. Hacía mucho tiempo que no los veía y estaba entusiasmada con la idea. Yo tenía que trabajar y no podía acudir al viaje. Ya me habría gustado. Pasaron varios días, una semana quizás. Ya no recuerdo. Está todo tan borroso en mi mente. En esos días recibí la noticia, por parte de sus amigos, de que ella había enfermado. Dichosa casualidad, ¿por qué enfermar cuando estás de viaje? Empecé a preocuparme pero viendo que no volvieron a decirme más nada pensé que todo había ido a mejor y que se había recuperado de su malestar.
Acudí a la estación acompañada de mi hermana. Esperábamos a que llegara el tren, yo con ansias, ella tranquila. Estaba empezando a desesperar. El tren no llegaba o era mi reloj el que no avanzaba. Los minutos pasaban y mis manos sudaban. Por fin escuché esa familiar voz de que el tren había llegado y con él, el resto de pasajeros. Vi a uno de sus amigos bajarse sólo del vagón. Le pregunté que donde estaba ella. Sonrió amargamente y empezó a decir las cosas más maravillosas que había escuchado de mi pareja, todo en presente. Quizás para no dañarme aunque yo ya me temía lo peor y poco a poco un nudo en el estómago se iba apoderando de mí. Estaba desconcertado. Le pregunté si ella no había preguntado por mí. Entonces él respondió ‘’sus últimas palabras fueron dolce vita’’ y cerró los ojos.
Vi  como mi mundo se desmoronaba en cuestión de segundos. Mis ojos se empañaban de lágrimas. Tenía ganas de gritar y salir huyendo de aquella estación. De aquel lugar que me la arrebató. Me giré de golpe y entonces, como si de la nada hubiese aparecido, allí estaba ella. Muy cerca del andén. Tenía la mirada perdida hacia el techo, como si estuviese mirando el panel de los viajes. Aún tenía ganas de viajar o quizás en su cerebro aún perduraba la idea de que se tenía que reencontrar con sus amigos de la adolescencia. Fui corriendo hasta el andén. La aparté de aquel lugar tan cercano a las vías y me fundí en un gran abrazo. No dejaba de llorar pero a la vez estaba feliz por estar entre sus brazos. Miré de reojo a los demás y me di cuenta de que la gente me miraba de manera extraña y hacían pequeños comentarios. Estaban todos inmóviles contemplando la escena. Ellos no la podían ver pero yo sí. Pero ¿sabéis que fue lo más maravilloso de todo? Que la podía sentir.
Me desperté de golpe. Mi rostro cubierto de lágrimas. Todo había sido una terrible pesadilla. Me giré y la encontré dormida junto a mí. Nada había sido real. Ahora tenía miedo de que fuese un presagio. Sin pensarlo me abracé fuerte, muy fuerte a ella. Creo que la desperté pero seguía con los ojos cerrados y musitando palabras entre sueños. No olvidaré lo que sentí tan sólo en unos segundos. Ahora sé que la amo más que a mi vida.