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martes, 11 de marzo de 2014

La tormenta de arena.

A los 16 años me marché de casa. No podía esperar a cumplir la mayoría de edad. La situación y el clima que se respiraba eran bastante hostiles. Divagué como pude por ciudades carentes de hospitalidad, por pueblos y remotas aldeas de escaso renombre. En las calles presencié multitud de hechos y anécdotas que no me atrevería a contar, al menos que desees tomar algo sentada a mi lado mientras contemplas cómo voy modelando mis trabajos de arena.
No tenía estudios ni ningún tipo de profesión. De pequeña siempre se me dio bien dibujar, tanto en papeles apergaminados como en la misma arena de la playa. Algunos turistas quedaban maravillados por mis trazos en la arena y no me vanaglorio de ello.
Ahora mismo escribo estas líneas observando mi última obra cumbre. Hay decenas de personas agrupadas haciendo la típica foto de recuerdo y lanzando algunas monedas. No recibo mucho dinero pero me sirve para subsistir.
Una vez presencié un accidente en una de las carreteras secundarias que solía tomar con mi bicicleta. Faltaban unos kilómetros para llegar al lugar de destino cuando un coche pasó por mi lado a una velocidad que hizo tambalearme con la bici. Casi caigo del arcén. Maldije para mí el importunio. Un minuto después oí el derrape de unas ruedas, el volantazo del coche que hacía unos instantes me hizo tambalear y el desastroso choque final con otro auto que venía en dirección frontal. Aceleré el ritmo para ver si había heridos graves pero unas fuertes corazonadas me lo afirmaban antes de llegar. Cuando llegué a la escena, podría decirse del crimen, vi a un hombre, posiblemente el conductor, tirado en la carretera. Su mujer, estaba junto a él, apoyada en la destrozada parte delantera del coche. Su cara es difícil de describir. Estaba sobrecogida por lo acontecido y no daba crédito a lo que sus ojos tenían delante. Tenía las manos en el pecho, la boca entreabierta, entre sollozando y gritando a la vez. Nunca antes había visto tanto dolor en la expresión de una persona y espero no volver a verlo nunca más.  La mirada del hombre estaba perdida. No escuchaba los gritos de su mujer ni mi insistente ayuda. Juro que no sé si estaba muriendo o si estaba renaciendo. Con la llegada de la ambulancia me marché. No podía soportar más dolor.

Ahora estoy presenciando de nuevo la escena. Quedé tan impresionada por el impacto, el dolor, ese medio morir-medio renacer que decidí plasmarlo en mi próximo trabajo de arena. Miro la expresión de las figuras y son asquerosamente realistas…Ojalá venga pronto una tormenta de arena y desdibuje sus rostros. Esos rostros que una vez contemplé y me dejaron horrorizada ante tanto dolor.



domingo, 9 de marzo de 2014

El último clavo


Sólo yo puedo recordar el griterío de aquel juego de niños que habitaba en esta casa, allá por 1936. La Guerra, la famosa guerra, trajo consigo el abandono de la morada que durante tantas décadas habité y sigo habitando. Me encontraba siempre en el recibidor de la casa. Fui testigo de la plenitud de una pareja recién casada, de los dos embarazos de la dueña, de la marcha a la guerra del marido, de las borracheras nocturnas tras su vuelta, de la dictadura vivida en el pueblo, de las habladurías y cotilleos de las vecinas. Un día de primavera, doña Elvira trajo un hermoso cuadro según ella, pues yo sólo podía oír lo que hablaban pero no disponía de ojos con los cuales observar.
-Pero si es un Murillo!
-No, no, es la copia de un Murillo. Se trata de la Familia sagrada del pajarito. Lo ha pintado el chico al que se le dan tan bien los pinceles y que vive en la Calle Mayor. Su padre es el alcaide. ¿A que es precioso?
-Precisamente estaba pensando en comprar algo para decorar este recibidor que pronto se llenará de visitas cuando des a luz.
Y esas fueron las primeras palabras que escuché. Sentí cómo una cálida mano me arrancaba de la oscuridad de un bolsillo de pana, lleno de hilachones y de multitud de llaves. Sentí una presión interna, cómo me iban clavando lentamente en la pared. Mi dueño, pobre de él que se llevó un martillazo en el pulgar en el primer intento, finalmente consiguió clavarme en la pared del recibidor. Me sentía como aquel personaje que todos mencionaban y que había sufrido tanto tras ser clavado a la cruz. Aunque mis dueños hablaban de Crucificado y crucifixión. Yo me sentía  igual que aquel Cristo pero con menos dolor. Así pues, fui testigo de todo lo que ocurría en el recibidor y escuchaba de lejos lo que ocurría en el resto de la casa.

Ahora han pasado ochenta años y sigo aquí, clavado en la misma pared del recibidor. Ahora sólo escucho el murmullo de las ratas y de las piedras que lanzan los indeseables a las ventanas de mis dueños, porque aunque hayan muerto en el olvido para mi seguirán siendo mis dueños. A veces me pregunto qué habrá sido del chico de los pinceles y de los niños que corretearon tantos años por el recibidor y que sin ellos saberlos le daban vida a este pobre clavo ya oxidado. Creo que el cuadro se lo llevaron, pues ya no siento tanto peso que soportar. Ahora soy un pobre clavo oxidado, que ni siente ni padece. Anhelo el griterío de los niños y de la vida en este hogar. Anhelo a doña Elvira, al niño de los pinceles, al tal Murillo que sin conocerlo sé que fue un genio de la pintura. No sé cuánto tiempo más permaneceré en este lugar. A veces maldigo la buena mano de mi dueño al clavarme en este recibidor. Ni los vientos ni las lluvias han conseguido inclinarme, más yo sólo deseo volver a sentir la vida de este lugar.


sábado, 8 de marzo de 2014

Tu vida conmigo será un misterio continuo.


-¿No sentís el calor? Aquí se respira el fragor de una batalla. Se respira fuego, ira, odio, gritos que llaman a la contienda. Mira sus ojos, parecen los del mismo Diablo.
 -¿Quizás sea Dante mi señor?
 -No puedo asegurarte nada mi pequeño aprendiz. El calor es tan asfixiante que no me deja meditar bien. ¿Pero qué ven mis ojos? Se alzan manos, quizás de guerreros que una vez perdieron el camino a su humilde hogar.
-Mi señor sus ojos tienen una especie de halo que me guían hacia ellos. Por mucho que quiero seguir sus palabras y evitar el fuego de este espantoso lugar, no soy capaz de dejar de mirarlos. Su mirada es poderosa y me hace sentir miedo, mucho miedo, pero también fortaleza. Sé que si no me uno a su mirada moriremos como aquellos guerreros que aún alzan sus manos en busca de la libertad.
-Mi pequeño aprendiz no caigas en el poder del maligno porque pronto hallarás…
 No pude terminar de escuchar la última frase de mi maestro. No quedaban rescoldos del fuego ni del asfixiante calor de hacía unas interminables fracciones de segundos. La última frase que pude escuchar atentamente fue la de los ojos que desprendían el fuego eterno. Y decíase así ‘’tu vida conmigo será un misterio continuo’’. Ahora encajan las últimas palabras de mi maestro. Lo que pretendía decirme era que pronto hallaría el misterio de las cosas, de la vida, del fuego eterno, de sus ojos.


martes, 4 de marzo de 2014

Carta El reencuentro.

Hacía años que no veía a Alejandra. Se había casado y había tenido dos niños preciosos. Tenía el trabajo que siempre había soñado cuando estudiaba periodismo en la facultad. Su único error fue no retroceder en el tiempo y contarle a Alejandra todo lo que sentía por ella desde la adolescencia. No era un simple cariño de mejores amigas. Era mucho más, era incluso más de lo que le ofrecía Carlos en sus años mozos y que ahora anhelaba. Después de haber pasado la etapa de madurez y sin saber de Alejandra desde no sabía cuando (había perdido la cuenta de los días, meses, años en definitiva), volvió a mirar sus diarios de cuando estaba en el instituto. Ahí todavía no existía Carlos. Sólo Alejandra. Recordaba cuando ella le pedía que le desvelara alguno de los secretos allí escritos y se negaba, cerrándolo con el candado y colgándose de nuevo la llave al cuello.
 Una noche loca, de esas en las que celebraban fiestas y bebían hasta que el cuerpo no aguantaba más, Alejandra se acercó al colgante y cogió la llave. La miró y le dijo ‘’algún día voy a leer cada palabra que escribes en ese diario y seré la mujer más feliz del mundo’’. Se llevó la llave a los labios y la besó, guiñándole a su vez un ojo. Marina recibió uno de sus vuelcos al corazón. Estuvo a punto de contarle todos sus secretos y besarla hasta el amanecer pero algo se lo impedía. Siempre tuvo miedo de romper esa amistad tan perfecta que ambas habían forjado desde la niñez. Temía que la magia acabase y que todo fuesen tinieblas.
Pero ahora tenía 30 años y estaba decidida a ponerse en contacto con ella y desvelarle todo el amor que había guardado desde hacía años. Arrancó una de las páginas sin utilizar del diario y empezó a escribir una noche, de las muchas en las que no podía dormir. Las palabras surgieron con tanta naturalidad… Siempre habían estado ahí, rondando en su cabeza, esperando a que les dejara salir.
Querida Alejandra,

Hace mucho que no sé de ti. No sé si sigues trabajando de periodista o si sigues en el mismo país, si te casaste o tuviste hijos. Te extrañará que aparezca así de repente. Nos prometimos no separarnos por mucho tiempo y hemos roto la promesa así que no puedo hacer menos que buscarte de nuevo. ¿Recuerdas el diario que escribía cuando estábamos en el instituto? Y que tanto me insistías en que querías leer algún fragmento y yo siempre me guardaba la llave. La misma llave que una noche de borrachera besaste…Pues esta noche me puse a releer las historias y he revivido cada una de ellas. Me he sentido joven por unos segundos, como cuando tenía 15 años. Te he sentido de nuevo conmigo. Aunque no estás aquí te puedo sentir. Te parecerá raro que te hable de esta manera pero así es cómo escribía en mi diario. Escribía sentimientos y sensaciones que no podía expresarte con palabras. Siempre tuve miedo a contarte lo que verdaderamente sentía por ti. Siempre fuiste mi mejor amiga, nos bañábamos juntas, dormíamos juntas, jugábamos, nos vimos crecer. Pero ya no tengo miedo. No puedo seguir ocultando que te quiero. Que siempre te he querido, no sólo como mi amiga que eras, sino como si fueses mi otra mitad. Eres la mitad que me hace falta en estos momentos. Cada día que pasa es un tormento. Siento que me falta algo, me faltas tú desde hace años. Me encantaría volver a tener 16 años y haberte dado la llave aquella noche que la besaste y haberte devuelto el beso. Me encantaría haberte sacado a bailar en el baile de fin de curso. Habernos besado durante la graduación mientras tirábamos nuestras bandas. Haberte cogido de la mano cuando tu padre te gritaba por llegar tarde a casa. Al fin y al cabo yo era la que hacía que te quedases un rato más en la despedida, jugando con tu pelo, recuerdas? Ay Alejandra, seguramente todo esto te pille por sorpresa y seguramente no querrás volver a saber más de mí pero bastantes años lo he guardado dentro de mí. Quiero que sepas que te quiero y aunque puede que nunca vuelva a verte, a estar contigo, a llorar o reírme contigo, te quiero. Con toda mi alma, te quiero.
Marina.

P.D: esta carta la escribí para la historia titulada El reencuentro de Myriam Luna.