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viernes, 21 de junio de 2013

El rastas.

Estaba ella aquel día primaveral paseando por su pequeño pueblo cuando sin más notó la mirada penetrante de unos ojos oscuros que la miraban desde el otro lado de la acera. Era un joven que nunca antes había visto en aquel pequeño pueblo, pues todos se conocían aunque fuese de vista. Con sus cabellos pelirrojos recogidos en forma de rastas y una apariencia un tanto desaliñada, allí estaba presente. No se movía ni se inmutaba. Sólo sostenía la mirada que no podía apartar de la chica de unos ojos verdes, tez mortecina y cabellos enmarañados y ondulados. Iba informal, como era de costumbre. No pretendía ir arreglada para dar una simple vuelta matutina. Ella también notó algo en esa mirada tan profunda e inquietante. Parecía que se conocían de antes, ¿de otra vida quizás? No sabía y aunque quisiera saber ella tenía que seguir caminando y él tenía que seguir con la rutina de un trabajo que desconocía. La misma escena se volvió a repetir días después y así hasta unos meses más. Nunca se dirigieron la palabra porque a veces con una mirada sobran palabras. Por una mirada un mundo, como diría Bécquer.
P.D: basado en una historia real.




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