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domingo, 15 de febrero de 2015

La profecía del pijama.

Buenas noches, os escribo desde un recóndito lugar donde el único olor que percibo es el olor a naftalina y a los jabones de rosas que guarda mi otro yo en este cajón. Sí, os escribo desde un cajón oscuro, lleno de calcetines de invierno y otros textiles que no deben ser nombrados. Llevo en este lugar varios años y a veces presiento que es mi última vez en volver a salir de este cajón. Los textiles que no deben ser nombrados son mis adversarios. Son la última moda y que mi otro yo no deja de ponerse para lucir sus mejores galas en citas a ciegas, excursiones, cumpleaños y durante todo el curso académico. A decir verdad, yo sólo sirvo para dar calor en invierno pero estoy tan viejo que apenas sirvo ya para eso. A veces creo que mi otro yo aún siente cariño por mis borrados dibujos de ositos y estrellas. Ya no sé qué color de tela tengo pero en mis tiempos mozos era un hermoso pijama de franela de un tono azul cielo, muy acorde a los dibujos que hacían sonreír a mi otro yo. Y me refiero a mi dueño de esta manera porque  en realidad no lo considero mi dueño, sino más bien una parte de mí, de mis telas aterciopeladas, de mis dibujos borrados por el poder del  famoso detergente (me encantaría conocerle para decirle que deje de borrar lo que en un tiempo fui y era para mí otro yo, ese que necesita de mis telas para sentir el calor de las frías noches de lluvia o de nieve). Hemos compartido juntos momentos únicos e irrepetibles. Puedo decir con mucho orgullo que fui su pijama favorito durante años. Pero ahora sólo sabe quejarse de mí. Los pantalones se le han quedado cortos y pasa frío y las mangas se han ido desgastando cada vez más. Una voz femenina no hace más que decirle que cuándo va a deshacerse de mí por fin. Pero siempre le escucho resoplar y decir entre dientes: no quiero, no puedo, todavía forma parte de mi infancia y de mí casi juventud, sigue siendo tan suave…

Ojalá algún día me valores tantas veces como lo hacías antes. Casi todas las semanas me llevabas puesto y sentía todas las sensaciones de tu cuerpo. Sabía cuando estabas triste o enfadado y también cuando estabas eufórico. Estuve presente en tus regalos de Reyes, en tus venidas del Ratoncito Pérez, en tus manchurrones de comida porque no querías acercarte más a la mesa por no hacerle caso a la voz femenina que, a pesar de querer deshacerse de mí, te quiere y siempre velaba por ti. Porque esa voz me hacía dormir cada noche imaginando las historias que te contaba. Eran historias de piratas, dragones, batallas, magos y hechiceros, amistad, amor, lealtad. Recuerdo que cada historia tenía su moraleja final. Una vez le pediste que te contara un cuento sobre la profecía de un pijama porque era el primer día que me llevabas puesto. Ella reía y entre carcajadas te decía que eso era imposible, que los pijamas no tenían historias y mucho menos profecías. Sentí como me estrujaste contra tu piel y acariciaste cada estrella de mi tela e imaginaste tu propia historia. Ahora sueño con volver a salir de este oscuro cajón y sentir cómo me luces en invierno con las mismas ganas que al principio.


sábado, 14 de febrero de 2015

Ensayando.

Y debo decir que mentiría si no digo que de tus ojos vislumbro las estrellas. Que mi voz tiembla y se desgarra cuando ya no te toca. Que con tu sola presencia me hago diminuta y tiemblo de ganas de ti. Veo tu sombra a lo lejos y la reconozco como si fuera la mía propia. Tus pasos no son simples pasos, son melodía en el eco de la noche. ¿Por qué te marchas si aún nos queda toda la eternidad por delante? La eternidad de tus ojos, de tus manos, de tu boca, de esa sonrisa que no consigue desvanecerse de mi memoria.