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miércoles, 8 de mayo de 2013

Amanecer.


Estaba apoyada en el alfeizar de la ventana con la mirada perdida. Quizás esperando a que ocurriese algo inesperado. Pero ese algo no llegaba. Sólo podía deslumbrar el paisaje primaveral y la mañana tan soleada que acababa de amanecer. Pensó que si seguía allí esperando a que ocurriese algo podría pasar horas inmóvil sin que nadie se percatase, pues estaba sola en aquella casona. Corrió como un felino, bajó los últimos peldaños de la escalera y salió de aquella morada. Por fin respiró aire puro. Esa brisa le acariciaba sus cabellos ondulados. Los primeros rayos de la mañana le daban un tono dorado a su piel. Siguió corriendo con todas sus ganas. Una corazonada le había hecho salir de la casona y quería saber que era lo que le deparaba ese largo caminar. Quería sobrepasar el horizonte. Y por fin llegó hasta el final. La vio! Era de nuevo ella. Estaba de espaldas y algo alejada. Siempre aparecía a horas impredecibles. Con el mismo vestido de lino blanco, raído por el paso de los años, ese cuerpo esbelto y esa templanza a la hora de caminar. Pocas veces había conseguido mirarla a los ojos. Y esta vez parecía que el amanecer acompañaba el momento. Se giró como si hubiera notado su presencia. Su mirada no transmitía ni un ápice de sentimientos pero en cambio sus labios hicieron una mueca a la manera de sonrisa, como expresando que a pesar de todo ella seguiría a su lado aunque fuese en la lejanía. Con eso se conformó, solo una mirada y aquella sonrisa le bastaron para hacerla sonreír un amanecer más.


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