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lunes, 15 de julio de 2013

La gatita Cori.

La pequeña Clementine se asomó por la ventana. Era de noche y no podía dormir. Desde que murió su gatita Cori se pasaba largas noches en vela, asomada en la ventana en busca de una señal. Su madre le había dicho que si miraba al firmamento vería diferentes estrellas. La más brillante era para los seres más queridos y allegados, las más diminutas era para los seres que hacían mucho que habían dejado de existir en este mundo y las estrellas fugaces eran sin duda las más especiales. Estas últimas eran la señal de que la persona que más extrañábamos se paseaba unos segundos por delante nuestra, obsequiándonos la larga espera de poder encontrarnos con ellos de nuevo. Pero Clementine miraba cada noche desde su ventana y sólo veía contaminación, luces y más luces provenientes de la gran ciudad que servía como marco a su casita de campo a las afueras de la misma. Casi iba a desistir y quería volver a la cama cuando de repente un objeto brillante pasó fugaz por delante de su casa. Hizo una especie de arco iris en el oscuro firmamento y dibujó una sonrisa plateada ante sus ojos. ¿Era la gatita Cori que se había manifestado para hacerla dormir una vez más después de su pérdida? Se metió feliz en su cama y esa noche fue la mejor de muchas noches. Ya no se desvelaba, ahora dormía feliz, esperando que una noche más aquella estrella fugaz dejara acto de presencia. A la mañana siguiente se lo contó a su madre. A su madre no le pilló de sorpresa, precisamente estaba leyendo en el periódico que la noche anterior un cometa extraviado dejó polvo de estrella por varios sitios de su recorrido. ¿Era un cometa o fue la gatita Cori que con sus zarpas lo desvió de su trayecto?


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