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viernes, 8 de agosto de 2014

La caída de un ángel.

Fue todo tan rápido que no me dio tiempo a reaccionar. Estábamos paradas en frente del ascensor. Ella abrió la puerta y pasó primera. En cuestión de segundos la perdí. El suelo se partió y ella cayó desde la planta quinta hasta el subsuelo. Yo tenía miedo, mucho miedo. No sabía qué hacer. Sólo se me ocurría llamar al teléfono de emergencias para que vinieran a rescatarla. Llamé y al dar la dirección me colgaron sin saber aún el por qué. Luego me quedé sin batería. Cogí mi segundo móvil, que afortunadamente llevaba conmigo, y marqué de nuevo el número 112. Esta vez no me colgaron pero la llamada fue recibida en Madrid. Yo estaba preocupada porque tuviésemos que esperar a que la ambulancia viniera de Madrid. Tardó en llegar y mientras llegaba o no los vecinos seguían llamando el ascensor. Era extraño que al estar roto el suelo siguiera funcionando y temía que con tanta subida y bajada la aplastaran…Era de noche y los vecinos no dejaban de salir y entrar. Finalmente llegó la ambulancia con varios médicos. Me aferré al brazo de uno de ellos y pedí llorando que se salvara. Yo sabía que sería muy complicado que después de esa caída tan alta, la insistencia de los vecinos de llamar al ascensor y la espera interminable de la ambulancia, pudiera seguir con vida. Todo se volvía en su contra. Vi el rostro del médico que abrió la puerta y con ello se me fueron quitando las pocas esperanzas que tenía. Finalmente la encontró muerta. Estaba tan pálido su rostro que no era capaz de mirarla. La envolvieron en una sábana igual de blanca que su piel. Yo no dejaba de llorar y gritar. El dolor era tan inmenso que me estaba matando. Sentía que con ella se iba parte de mi vida. No podía mirarla por más que quisiera. No quería tener esa última imagen de ella. Me puse las manos en la cara cuando se la llevaban y entre abrí los dedos para ver lo preciso. Afortunadamente llegaron mis familiares. No sé quién pudo avisarles pero sentí un alivio al verlos. Pregunté cómo íbamos a llevárnosla si su cuerpo tenía que enterrarse en su ciudad. Y además, tenía que avisar a sus familiares pero me sentía incapaz. Sentía que era culpable de su desdicha por haber venido a verme y haberse montado ella en el ascensor. Podría haberme subido yo primera o haber bajado juntas por las escaleras.

Desperté. Era una horrible pesadilla. Tenía los ojos húmedos pero en cuanto asimilé lo ocurrido comencé a llorar de una forma que no había llorado nunca por nadie. Tenía ansiedad de sólo imaginarlo. La amaba y no podía pensar que ella hubiese muerto. Esperé a que fuese más tarde para escribirle un mensaje, pues sólo eran las 5:30 a.m. A las seis de la mañana no podía esperar más y le escribí un mensaje corto pero intenso o al menos eso creía. Sólo quería saber si estaba bien pero no recibí respuesta…


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