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domingo, 15 de diciembre de 2013

En la playa.

Estoy sentada junto al paseo marítimo de una playa que visito desde pequeña. Apenas hay nadie porque es bastante temprano. Siento una extraña sensación, como si algo o alguien fuesen en mi busca. Soy incapaz de girarme. El trepitar de las olas y las bandadas de gaviotas me tienen absorta en mis pensamientos.
Alguien coloca sus manos en mis ojos de repente. Pego un respingo. Mi corazón cada vez está más agitado. Pregunto ¿quién es, quien hay ahí, quién me impide ver a las bandadas de gaviotas y las olas a lo lejos? No recibo respuesta alguna.
Sus manos son suaves y parecen delicadas. Me transmiten paz y tranquilidad. Empiezo a sentirme más relajada, como si supiera que conozco esas manos de antes, de mucho antes pero ¿quién podía ser? Empiezo a hacer memoria. Recuerdos, recuerdos, venid a mí, os necesito. Necesito un recuerdo que me aclaren con más facilidad estas manos delicadas y suaves.

Ella no podía ser, no podía estar ahí, en esa playa. Estaba trabajando a cientos de kilómetros de donde me encontraba ahora. Empieza a tararear una canción. Una melodía de verano, era nuestra canción sin duda. Sonrío y comienzo a tararearla yo también. Pronuncio su nombre y Eureka! Sus manos poco a poco me van dejando ver de nuevo el sol, las nubes, las gaviotas, las olas, la arena. Me giro y era ella quién estaba ahí y yo tan incrédula pensando que estaba a cientos de kilómetros. Casi se lo reprocho pero me limito a hacer una carrera hasta la orilla agarrada de su mano, de sus delicadas manos.


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