Estaba apoyada en el alfeizar de la
ventana con la mirada perdida. Quizás esperando a que ocurriese algo
inesperado. Pero ese algo no llegaba. Sólo podía deslumbrar el
paisaje primaveral y la mañana tan soleada que acababa de amanecer.
Pensó que si seguía allí esperando a que ocurriese algo podría
pasar horas inmóvil sin que nadie se percatase, pues estaba sola en
aquella casona. Corrió como un felino, bajó los últimos peldaños
de la escalera y salió de aquella morada. Por fin respiró aire
puro. Esa brisa le acariciaba sus cabellos ondulados. Los primeros
rayos de la mañana le daban un tono dorado a su piel. Siguió
corriendo con todas sus ganas. Una corazonada le había hecho salir
de la casona y quería saber que era lo que le deparaba ese largo
caminar. Quería sobrepasar el horizonte. Y por fin llegó hasta el
final. La vio! Era de nuevo ella. Estaba de espaldas y algo alejada.
Siempre aparecía a horas impredecibles. Con el mismo vestido de lino
blanco, raído por el paso de los años, ese cuerpo esbelto y esa
templanza a la hora de caminar. Pocas veces había conseguido mirarla
a los ojos. Y esta vez parecía que el amanecer acompañaba el
momento. Se giró como si hubiera notado su presencia. Su mirada no
transmitía ni un ápice de sentimientos pero en cambio sus labios
hicieron una mueca a la manera de sonrisa, como expresando que a
pesar de todo ella seguiría a su lado aunque fuese en la lejanía.
Con eso se conformó, solo una mirada y aquella sonrisa le bastaron
para hacerla sonreír un amanecer más.
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