Un bloque de mármol ha sido modelado para la tumba de Emelyn
Story, la esposa del escultor William Story, que a sus 77 años de edad, flaqueándole las fuerzas de las manos, no
impidieron seguir su trayectoria escultórica
y cómo no, el amor fue el deseo de conmemorar el traspaso a la otra vida
de la susodicha. Ahí estaba yo, contemplando el enorme ángel caído. Parecía que
dormía sobre su propio lecho. Toqué una de sus alas y la piedra ardía. Hacía
calor pero era soportable. Mi deseo de contemplar esta tumba era más fuerte que
el calor aplastante de un verano en Roma. La palabra que puede describir mis
emociones al verla fue ‘’impresión’’,
como el título de uno de los cuadros que vieron nacer el movimiento del
Impresionismo, ‘’Impresión: amanece’’
de Monet? Al ver obras de este calibre olvido la realidad, me traslado a otra
época, en concreto a finales del s.XIX,
noto la cantidad de emociones que el escultor depositó en su última obra y el
esfuerzo físico que le conllevó. Su cara
es dulce, aunque un poco tímida, se tapa
con una mano porque no quiere que la observen mientras llora la pérdida al ser
amado. No está preparada para irse aún pero sabe que tiene que partir. No
obstante, su recuerdo aún perdura y no sería de extrañar que mientras el
cementerio está libre de miradas, en la
noche recorra las demás tumbas de 4 mil
almas enterradas, todas no cristianas, ya que es un cementerio protestante
donde se incluyen tumbas de judíos y algunos homicidas. Me la imagino en la
brumosa noche, levantándose lentamente, colocando sus sandalias en la mejor
posición y su largo vestido cargado de pliegues por alisar. Mira al frente, al
cielo, ve las estrellas, comienza a caminar. Su pesado vestido pulula con el
viento y hace un sonido algo áspero, acompañado por el desplegar de sus espesas
pero ligeras alas. Se dirige hacia el infinito, no sin antes observar la tumba
de su pequeña hija enterrada a menos de un metro de distancia. Su mirada es
melancólica, posa su cálida mano en la tumba de la pequeña, deposita una rosa
invisible a ojos humanos y comienza su deambular por el campo santo. Noche tras
noche repite el mismo ritual y recorrido. Agradece la visita de curiosos en la
mañana pero ya ha pasado un siglo de su existencia y apenas tiene fuerzas para
mantenerse en pie. Terminado su
deambular por el campo santo recompone su vestido y sus alas, las vuelve a
desplegar, deja caer su pesado cuerpo sobre el lecho, se tapa la mano para que
no vean sus lágrimas ni su cansancio de la noche anterior y duerme un día más
aunque las manos de los curiosos a veces la despierten con un leve cosquilleo
tras acercarse y hacerse la típica foto de recuerdo.
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