Estaba inmersa en mis más profundos
pensamientos cuando de repente escuché el gentío y el trepitar de
los baches de la carretera. Había vuelto a la realidad muy a mi
pesar. Voces de todas las edades, todas menos de 18 años, se
agolpaban en aquel autobús que conducía rumbo a mi casa. Volví a
mirar por la ventana para contemplar el paisaje y volver a evadirme
de aquellas voces derivadas de un Viernes de fiesta, alcohol,
cachimba y porque no alguna que otra droga. Tenía demasiado visto
aquel paisaje pero me servía para volver a adentrarme en ese océano
de pensamientos que ocupaban mi mente. Casi sin darme cuenta alcé la
mirada al cielo oscuro y algo sobresalía entre tanta oscuridad. Era
ella, ahí estaba en lo alto del universo, que lamentablemente nunca
podía ver lleno de estrellas debido a las luces de la ciudad. Estaba
grandiosa, toda ella resplandeciente, como una diosa, como una dama.
Ella es la dama de la noche, la que ilumina mis noches. Sólo
contemplarla me llena de energía y me deja anonadada su belleza. Es
tan perfecta, tan brillante que sobresale entre las demás estrellas.
Es el jazmín del firmamento. Es tan blanca como la nieve pero no tan
fría como creían. Ella es Luna, es Natalia. Ella es la Luna
llena.
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