Estoy al soplo de una vela de volverte a ver. Han pasado
meses desde la última vez que te vi. No sé cuál es el color de tu pelo ahora ni
la ropa que llevarás puesta. Cuando te vi era invierno. Un invierno frío,
oscuro. Era de noche. Las luces de los coches iluminaban mi pálido rostro.
Apenas había transeúntes por la estación. Y Dios, mis piernas temblaban. No era
capaz de controlar mi propio cuerpo. Nunca antes me había sentido tan nerviosa
al conocer a alguien que sabía que iba a cambiar mi vida. Quizás por eso me
sentía así.
Me senté en un banco y miré el panel. Aún tenía que esperar
algo más de media hora para verte. No sabía qué hacer, si quedarme de pie o
sentada, si llamar o escribir mensajes. Volví a ponerme en pie y a sentarme en
otro banco. La gente que me contemplara pensaría que estaba hiperactiva pero
así es como me sentía.
Y estoy de nuevo en la misma estación, con la misma
sensación. He vuelto a llegar más de media hora antes. La diferencia está en
que hay más luz y hay mayor número de transeúntes. Me asomo a las vías, veo tu
tren llegar. Eres de las primeras en bajar, como siempre tú tan impaciente. Una
amplia sonrisa se me dibuja nada más verte. Las dos corremos para nuestro
encuentro. Hueles a rosas, a caramelo. Hacía tanto que no respiraba tu
fragancia. Nos fundimos en un tímido beso que hace que se pare el tiempo. Estoy
al soplo de una vela de detener el tiempo con un tímido beso.
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