Fue todo tan rápido que no me dio tiempo a reaccionar. Estábamos
paradas en frente del ascensor. Ella abrió la puerta y pasó primera. En
cuestión de segundos la perdí. El suelo se partió y ella cayó desde la planta
quinta hasta el subsuelo. Yo tenía miedo, mucho miedo. No sabía qué hacer. Sólo
se me ocurría llamar al teléfono de emergencias para que vinieran a rescatarla.
Llamé y al dar la dirección me colgaron sin saber aún el por qué. Luego me
quedé sin batería. Cogí mi segundo móvil, que afortunadamente llevaba conmigo,
y marqué de nuevo el número 112. Esta vez no me colgaron pero la llamada fue
recibida en Madrid. Yo estaba preocupada porque tuviésemos que esperar a que la
ambulancia viniera de Madrid. Tardó en llegar y mientras llegaba o no los
vecinos seguían llamando el ascensor. Era extraño que al estar roto el suelo
siguiera funcionando y temía que con tanta subida y bajada la aplastaran…Era de
noche y los vecinos no dejaban de salir y entrar. Finalmente llegó la
ambulancia con varios médicos. Me aferré al brazo de uno de ellos y pedí
llorando que se salvara. Yo sabía que sería muy complicado que después de esa
caída tan alta, la insistencia de los vecinos de llamar al ascensor y la espera
interminable de la ambulancia, pudiera seguir con vida. Todo se volvía en su contra. Vi el
rostro del médico que abrió la puerta y con ello se me fueron quitando las
pocas esperanzas que tenía. Finalmente la encontró muerta. Estaba tan pálido su
rostro que no era capaz de mirarla. La envolvieron en una sábana igual de
blanca que su piel. Yo no dejaba de llorar y gritar. El dolor era tan inmenso
que me estaba matando. Sentía que con ella se iba parte de mi vida. No podía
mirarla por más que quisiera. No quería tener esa última imagen de ella. Me
puse las manos en la cara cuando se la llevaban y entre abrí los dedos para ver
lo preciso. Afortunadamente llegaron mis familiares. No sé quién pudo avisarles
pero sentí un alivio al verlos. Pregunté cómo íbamos a llevárnosla si su cuerpo
tenía que enterrarse en su ciudad. Y además, tenía que avisar a sus familiares
pero me sentía incapaz. Sentía que era culpable de su desdicha por haber venido
a verme y haberse montado ella en el
ascensor. Podría haberme subido yo primera o haber bajado juntas por las
escaleras.
Desperté. Era una horrible pesadilla. Tenía los ojos húmedos
pero en cuanto asimilé lo ocurrido comencé a llorar de una forma que no había
llorado nunca por nadie. Tenía ansiedad de sólo imaginarlo. La amaba y no podía pensar que ella hubiese muerto. Esperé
a que fuese más tarde para escribirle un mensaje, pues sólo eran las 5:30 a.m.
A las seis de la mañana no podía esperar más y le escribí un mensaje corto pero
intenso o al menos eso creía. Sólo quería saber si estaba bien pero no recibí
respuesta…
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