Buenas noches, os escribo desde un recóndito lugar donde el
único olor que percibo es el olor a naftalina y a los jabones de rosas que
guarda mi otro yo en este cajón. Sí, os escribo desde un cajón oscuro, lleno de
calcetines de invierno y otros textiles que no deben ser nombrados. Llevo en
este lugar varios años y a veces presiento que es mi última vez en volver a
salir de este cajón. Los textiles que no deben ser nombrados son mis
adversarios. Son la última moda y que mi otro yo no deja de ponerse para lucir
sus mejores galas en citas a ciegas, excursiones, cumpleaños y durante todo el curso
académico. A decir verdad, yo sólo sirvo para dar calor en invierno pero estoy
tan viejo que apenas sirvo ya para eso. A veces creo que mi otro yo aún siente
cariño por mis borrados dibujos de ositos y estrellas. Ya no sé qué color de
tela tengo pero en mis tiempos mozos era un hermoso pijama de franela de un
tono azul cielo, muy acorde a los dibujos que hacían sonreír a mi otro yo. Y
me refiero a mi dueño de esta manera porque en realidad no lo considero mi dueño, sino más
bien una parte de mí, de mis telas aterciopeladas, de mis dibujos borrados por
el poder del famoso detergente (me
encantaría conocerle para decirle que deje de borrar lo que en un tiempo fui y
era para mí otro yo, ese que necesita de mis telas para sentir el calor de las
frías noches de lluvia o de nieve). Hemos compartido juntos momentos únicos e
irrepetibles. Puedo decir con mucho orgullo que fui su pijama favorito durante
años. Pero ahora sólo sabe quejarse de mí. Los pantalones se le han quedado
cortos y pasa frío y las mangas se han ido desgastando cada vez más. Una voz
femenina no hace más que decirle que cuándo va a deshacerse de mí por fin. Pero
siempre le escucho resoplar y decir entre dientes: no quiero, no puedo, todavía forma parte de mi infancia y de mí casi juventud, sigue siendo tan
suave…
Ojalá algún día me valores tantas veces como lo hacías
antes. Casi todas las semanas me llevabas puesto y sentía todas las sensaciones
de tu cuerpo. Sabía cuando estabas triste o enfadado y también cuando estabas
eufórico. Estuve presente en tus regalos de Reyes, en tus venidas del Ratoncito
Pérez, en tus manchurrones de comida porque no querías acercarte más a la mesa por
no hacerle caso a la voz femenina que, a pesar de querer deshacerse de mí, te
quiere y siempre velaba por ti. Porque esa voz me hacía dormir cada noche
imaginando las historias que te contaba. Eran historias de piratas, dragones,
batallas, magos y hechiceros, amistad, amor, lealtad. Recuerdo que cada
historia tenía su moraleja final. Una vez le pediste que te contara un cuento
sobre la profecía de un pijama porque era el primer día que me llevabas puesto.
Ella reía y entre carcajadas te decía que eso era imposible, que los pijamas no
tenían historias y mucho menos profecías. Sentí como me estrujaste contra tu
piel y acariciaste cada estrella de mi tela e imaginaste tu propia historia.
Ahora sueño con volver a salir de este oscuro cajón y sentir cómo me luces en
invierno con las mismas ganas que al principio.